Dada la complejidad del juego financiero en nuestros días, cuando llegan tiempos de crisis es posible analizar y culpar desde muchos ángulos. Para invertir en el mercado financiero es necesaria mucha experiencia y una buena dosis de inteligencia. En este sentido, hacer discriminación entre sexos sería mal recibido. Sin embargo, hay una característica más que las empresas de inversión buscan en sus empleados, y que no tiene nada que ver con las dos anteriores: la disposición a tomar decisiones arriesgadas. Desde el punto de vista fisiológico este rasgo es más glandular que neuronal. Y la testosterona sale a la palestra como protagonista indiscutible.
Los investigadores de Harvard, Apicella y Dreber, han hecho recientemente una publicación en “Evolution and Human Behavior” (Evolución y Comportamiento Humano), en el que presentan los resultados de un experimento en este contexto. Seleccionaron 98 jóvenes varones (en su mayoría estudiantes de Harvard), y les dieron 250$ para ahorrar o invertir en un juego de azar. Los resultados fueron contundentes: aquellos con más niveles de testosterona en su saliva fueron los que más riesgos corrieron.
Teorizar sobre un mercado financiero mundial controlado por mujeres (o más en general, personas con bajos niveles de testosterona) puede considerarse discriminatorio e injusto. Pero numéricamente hablando podría ser prometedor. Esto no quita que probablemente el medio más efectivo para evitar las crisis sea aumentar el control de los gobiernos sobre la bolsa. Pero la cabra tira al monte, y muchos inversores acaban encontrando la manera de hacer grandes beneficios (con grandes riesgos) en poco tiempo. Si en cambio redujéramos los niveles de testosterona en los parqués, sería posible que la cabra tirara al monte, pero más despacio.
La contrapartida a esta idea también resulta tentadora. En la bolsa de Londres se demostró que los inversores que más beneficios sacaban por semana eran aquellos con niveles de testosterona por encima de la media (Herbert y Coates, 2008). Sin embargo, al hilo de la actualidad, Apicella y Dreber afirmaban en una entrevista que hay indicios de que esa misma testosterona contribuyó al colapso de la aseguradora AIG (el pasado septiembre) por los riesgos asumidos por una minoría de machos-alfa dentro de la empresa. Hormonas para ganar y también para arriesgar demasiado.
El trabajo de Apicella y Dreber está ahora en una segunda fase todavía más interesante. Porque ahora están intentando diseñar un modelo recursivo para la bolsa y la testosterona. Me explico: quieren ver cómo afectan las ganancias y las pérdidas a los niveles de testosterona, y cómo estos niveles afectan otra vez a las ganancias y las pérdidas. Y así sucesivamente. De este modo no tendrán sólo una correlación entre ambos parámetros, sino también una relación causa-efecto, que proporciona mucha más información.