La posibilidad de que haya vida en Marte volvió a ser noticia el pasado mes de abril, por las investigaciones de un equipo de University of Central Florida. Pero no era vida marciana de lo que hablaban, sino vida de la nuestra; vida terrestre. Su trabajo publicado en Applied and Environmental Microbiology contempla la posibilidad de que nuestras sondas y rovers exploradores hayan portado bacterias capaces de adaptarse a las condiciones del planeta rojo.
La panspermia es la hipótesis de que la vida llegó a la Tierra probablemente portada en meteoritos que cayeron sobre su superficie, tal vez ya en forma de primitivas bacterias, tal vez con los componentes esenciales para desarrollarse aquí. Se trata de una teoría que estimula nuestra imaginación sobre el origen de la vida, aunque tiene una contra: traslada las preguntas fundamentales sobre nuestros orígenes a un lugar del que no sabemos nada, y nos deja con más preguntas de las que resuelve.
Así pues, dadas las misiones espaciales de los últimos 30 años, Marte podría ser hoy panspérmita por obra y gracia de la NASA y la ESA. A pesar de que las naves son cuidadosamente desinfectadas antes de los lanzamientos, hay un tiempo en el que están inevitablemente expuestas al ambiente, y donde pueden adherirse polizontes microbianos altamente resistentes. No tienen que ser nada exótico; tenemos bacilos, escherichia, estafilococos y estreptococos de lo más comunes que bien podrían aguantar el viaje y establecerse allí. Una vez en Marte, (suponiendo que son la única vida que hay allí, y hallándose en los lugares adecuados) con poca competición la selección natural sería muy tenue, limitándose sólo a las condiciones físicas que el propio planeta impone. Esto les daría la posibilidad de evolucionar rápidamente en número y en diversidad.
Por tanto, es posible que cuando nosotros mismos vayamos dentro de unas décadas, nos encontremos vida extrañamente familiar... y a la vez no tanto. La deriva evolutiva de estos microorganismos sería irremediablemente diferente a la de sus primos de la Tierra. Esto nos lleva al segundo problema. Al volver de nuestros primeros viajes marcianos, nos podríamos encontrar con “back contamination” (¿contaminación de vuelta?). Es decir, que algunos de ellos hicieran el viaje otra vez a la Tierra, donde pudieran ser perjudiciales para la vida aquí. Esto no es nada nuevo: los astronautas de las misiones lunares hasta la Apolo 14 eran puestos en cuarentena por la posibilidad de que portaran algún tipo de... algo incubado en la Luna.
Cada caso tiene sus propios inconvenientes. Si traemos microorganismos con antepasados terrestres, corremos el riesgo de infectar ecosistemas, que después de todo hablan el mismo lenguaje genético que los nuevos visitantes. Si en cambio trajéramos otro tipo de vida (no de origen terrestre), sería muy raro que pudieran infectarnos (no se entenderían con nuestro ADN). Entre las cosas que sí podrían hacer está el hacerse huéspedes no deseados en organismos vivos, metabolizar productos tóxicos dentro o fuera de ellos, e incluso si me apuran, metabolizar algún tipo de recurso de la Tierra, alterando el ciclo atmosférico, o el ciclo del agua. Todo pura especulación, pero es el tipo de tema que le dispara la imaginación a cualquiera.
martes, septiembre 07, 2010
jueves, febrero 25, 2010
El origen evolutivo de la religión
El tema de porqué Homo Sapiens se volvió religioso todavía caldea muchos debates científicos. El desarrollo de nuestro inquisidor córtex cerebral nos debió poner en una situación bastante comprometida. Despertamos en un Universo (como dice Dawkins) al que encima tenemos que darle sentido. Y una forma de explicar las cosas, de unir los puntos, es la alegoría. La historia del origen de todo y de qué poderes nos gobiernan. Una historia contada como a nosotros nos gusta, a veces culebrónicamente, otras magistralmente. Tanto, que la convertimos en autoridad, y en cultura; el origen de las religiones.
Los menos amigos del hecho religioso añaden también a esto, que la necesidad de entender nuestro mundo fue bien aprovechada por aquellos que buscaban poder, y ocuparon el nicho socialmente estratégico que hoy (por ejemplo en occidente) llamamos sacerdocio (como individuo) o presbiterio (como colectivo).
La cuestión es peliaguda, y digna de estudiarse desde todos sus vértices. El pasado 8 de Febrero salió el último número de Trends in Cognitive Sciences (Tendencias en las Ciencias del Conocimiento) en la que Pyysi¬ainen y Hauser han publicado un estudio sobre la relación de la religión y la moral, en cuanto a sus orígenes. El punto de partida de su trabajo es la controversia entre los que defienden que la religión surge como una adaptación evolutiva que permitiera la cooperación entre individuos sin parentesco (es decir, que surge después del desarrollo de nuestras capacidades cognitivas), y aquellos que defienden que la religión no es más que un subproducto (sofisticado, eso sí) de lo que ya vienen haciendo otras especies cuando se comportan de forma altruista, sin por ello haber necesitado desarrollar un cerebro como el nuestro.
La manera de contestar a este dilema es la siguiente: si la religión (en cuanto a la moral) es post-cognitiva, entonces tendrá un carácter marcadamente antropológico y cultural, que permitiría a distintos pueblos desarrollar diferentes morales fundamentales. En caso contrario, habría que mirar más atrás en el árbol evolutivo para encontrar el elemento distintivo común a todas las culturas.
El estudio hace un repaso de los trabajos ya publicados en los que se muestra que diferentes culturas responden de forma análoga cuando se pregunta a sus individuos por cuestiones morales que antes no se habían planteado. Esto pone a Pyysi¬ainen y Hauser sobre la pista de que la religión es pre-cognitiva, y procede de una forma de altruismo animal que no identificaríamos como religión en primer lugar. Los autores añaden que esto no quita para que además la religión pueda ser un elemento que facilite la estabilidad y la cooperación a nivel social. La religión es además según este estudio el cauce habitual por el que las distintas civilizaciones han cristalizado sus intuiciones morales. Y estamos tan acostumbrados a que sea de esta forma, que cualquier ataque a la religión es habitualmente visto como un ataque a nuestros más básicos principios morales.
Los menos amigos del hecho religioso añaden también a esto, que la necesidad de entender nuestro mundo fue bien aprovechada por aquellos que buscaban poder, y ocuparon el nicho socialmente estratégico que hoy (por ejemplo en occidente) llamamos sacerdocio (como individuo) o presbiterio (como colectivo).
La cuestión es peliaguda, y digna de estudiarse desde todos sus vértices. El pasado 8 de Febrero salió el último número de Trends in Cognitive Sciences (Tendencias en las Ciencias del Conocimiento) en la que Pyysi¬ainen y Hauser han publicado un estudio sobre la relación de la religión y la moral, en cuanto a sus orígenes. El punto de partida de su trabajo es la controversia entre los que defienden que la religión surge como una adaptación evolutiva que permitiera la cooperación entre individuos sin parentesco (es decir, que surge después del desarrollo de nuestras capacidades cognitivas), y aquellos que defienden que la religión no es más que un subproducto (sofisticado, eso sí) de lo que ya vienen haciendo otras especies cuando se comportan de forma altruista, sin por ello haber necesitado desarrollar un cerebro como el nuestro.
La manera de contestar a este dilema es la siguiente: si la religión (en cuanto a la moral) es post-cognitiva, entonces tendrá un carácter marcadamente antropológico y cultural, que permitiría a distintos pueblos desarrollar diferentes morales fundamentales. En caso contrario, habría que mirar más atrás en el árbol evolutivo para encontrar el elemento distintivo común a todas las culturas.
El estudio hace un repaso de los trabajos ya publicados en los que se muestra que diferentes culturas responden de forma análoga cuando se pregunta a sus individuos por cuestiones morales que antes no se habían planteado. Esto pone a Pyysi¬ainen y Hauser sobre la pista de que la religión es pre-cognitiva, y procede de una forma de altruismo animal que no identificaríamos como religión en primer lugar. Los autores añaden que esto no quita para que además la religión pueda ser un elemento que facilite la estabilidad y la cooperación a nivel social. La religión es además según este estudio el cauce habitual por el que las distintas civilizaciones han cristalizado sus intuiciones morales. Y estamos tan acostumbrados a que sea de esta forma, que cualquier ataque a la religión es habitualmente visto como un ataque a nuestros más básicos principios morales.
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