En anteriores artículos hemos hablado un poco del cerebro de animales que están lejos de tener nuestra inteligencia. Tal vez recuerden el loro que era capaz de comprender el cero (o dicho de otra forma, la ausencia de cantidad). O puede que recuerden aquel artículo sobre como un estornino era capaz de comunicarse usando el estilo indirecto. Bien, estos dos son pájaros, y con esos cerebros tan diminutos, su hazaña es ya de por sí considerable.
Hablemos de nuestros primos los macacos, y subamos el listón. Ya son muy conocidas las experiencias en las que los monos de esta o aquella especie manifiestan distintas formas de inteligencia. Están los que se comunican por una simplificada lengua de signos, los que son capaces de hacer operaciones básicas de aritmética, e incluso los que sin nuestra ayuda y en su propio hábitat han mostrado habilidad para fabricar herramientas sencillas. Cada una de estas actividades está controlada por una región diferente del cerebro. Pero todas tienen un fondo común: el aprendizaje del animal proviene de la adición de experiencias pasadas a la decisión presente. Esto en el conjunto de neuronas encargadas se traduce en corrientes eléctricas que recorren dichas neuronas y alteran lo que se conoce como frecuencia de disparo, que es la frecuencia con la que las neuronas descargan corriente sobre sus vecinas. Una nueva experiencia vuelve a reorganizar las neuronas, mejorando el comportamiento del animal; haciéndolo más experto.
Lo que no está tan claro es cómo el animal decide que su decisión ha sido la correcta, y por tanto en una situación semejante debería hacer lo mismo. En otras palabras, no está claro cómo sacan conclusiones.
La publicación de Nature del pasado 3 de Junio muestra un caso todavía más interesante. ¿Cómo se enfrentaría un mono a un juego de azar? Cuidado, que la pregunta debe estar bien formulada. Por ejemplo, en el caso del póker, la pregunta no es ¿Puede un mono jugar al póker?, sino ¿cómo enfrentaría un mono un juego, como el póker, en el que no siempre está clara la mejor decisión? Otra pregunta correcta sería: ¿puede un mono entender el concepto de azar, y decidir sobre la base de ese riesgo?
Bien, los científicos de la Universidad de Washington en Seattle enfrentaron a sus macacos a un juego de este estilo. No era el póker, pero al igual que el póker implicaba riesgos. Lo que hicieron fue darles dos botones: uno rojo y otro verde. Y luego les iban enseñando 4 figuras diferentes. Si los monos pulsaban el botón correcto de cada figura, tenían más posibilidades de ser recompensados con un refresco. Este es el punto clave, pulsar el botón correcto no significaba siempre refresco; no el 100% de las veces, pero sí un porcentaje elevado.
Así, una de dos: o el mono se confundía porque no siempre salía lo que esperaba, o bien aprendía el concepto de probabilidad, y empezaba a pulsar los botones con mayor probabilidad de premio. Esto último fue lo que sucedió un 75% de las veces. En otras palabras, los monos no sólo aprenden silogismos inalterables, sino que además pueden entender la probabilidad y la lógica difusa.
Hablemos de nuestros primos los macacos, y subamos el listón. Ya son muy conocidas las experiencias en las que los monos de esta o aquella especie manifiestan distintas formas de inteligencia. Están los que se comunican por una simplificada lengua de signos, los que son capaces de hacer operaciones básicas de aritmética, e incluso los que sin nuestra ayuda y en su propio hábitat han mostrado habilidad para fabricar herramientas sencillas. Cada una de estas actividades está controlada por una región diferente del cerebro. Pero todas tienen un fondo común: el aprendizaje del animal proviene de la adición de experiencias pasadas a la decisión presente. Esto en el conjunto de neuronas encargadas se traduce en corrientes eléctricas que recorren dichas neuronas y alteran lo que se conoce como frecuencia de disparo, que es la frecuencia con la que las neuronas descargan corriente sobre sus vecinas. Una nueva experiencia vuelve a reorganizar las neuronas, mejorando el comportamiento del animal; haciéndolo más experto.
Lo que no está tan claro es cómo el animal decide que su decisión ha sido la correcta, y por tanto en una situación semejante debería hacer lo mismo. En otras palabras, no está claro cómo sacan conclusiones.
La publicación de Nature del pasado 3 de Junio muestra un caso todavía más interesante. ¿Cómo se enfrentaría un mono a un juego de azar? Cuidado, que la pregunta debe estar bien formulada. Por ejemplo, en el caso del póker, la pregunta no es ¿Puede un mono jugar al póker?, sino ¿cómo enfrentaría un mono un juego, como el póker, en el que no siempre está clara la mejor decisión? Otra pregunta correcta sería: ¿puede un mono entender el concepto de azar, y decidir sobre la base de ese riesgo?
Bien, los científicos de la Universidad de Washington en Seattle enfrentaron a sus macacos a un juego de este estilo. No era el póker, pero al igual que el póker implicaba riesgos. Lo que hicieron fue darles dos botones: uno rojo y otro verde. Y luego les iban enseñando 4 figuras diferentes. Si los monos pulsaban el botón correcto de cada figura, tenían más posibilidades de ser recompensados con un refresco. Este es el punto clave, pulsar el botón correcto no significaba siempre refresco; no el 100% de las veces, pero sí un porcentaje elevado.
Así, una de dos: o el mono se confundía porque no siempre salía lo que esperaba, o bien aprendía el concepto de probabilidad, y empezaba a pulsar los botones con mayor probabilidad de premio. Esto último fue lo que sucedió un 75% de las veces. En otras palabras, los monos no sólo aprenden silogismos inalterables, sino que además pueden entender la probabilidad y la lógica difusa.
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