Los habitantes del planeta Malacandra (Marte) se sorprendían cuando el británico Ramson les explicaba la importancia que tienen los medios de transporte en la Tierra. Claro que el planeta marciano que nos relata C.S. Lewis en su novela “Lejos del planeta silencioso” tiene todo tipo de recursos a disposición de sus habitantes, y por tanto acaba con la necesidad de transportar nada. Los humanos somos siempre un poco más complicados que cualquier cosa.
No hace falta decir que la historia del transporte es tan antigua como la invención de la rueda. El objetivo desde entonces ha sido encontrar formas de llegar a cualquier lugar lo antes posible y de una forma económica y segura. No estaremos tranquilos hasta que llevemos al límite las posibilidades del transporte. El caso extremo es lo que la ciencia-ficción bautizó como teletransporte, es decir, una especie de artilugio que te haría desaparecer de un lugar e instantáneamente aparecer en cualquier otro. Esta idea es bien antigua en la literatura, pero se hizo muy conocida a partir de la serie de televisión “Star Trek” de finales de los 60.
En 1993, el teletransporte abandonó el ámbito de la ficción para pasar a ser ciencia teórica, de manos del físico Charles Bennett y un grupo de investigación de la IBM, que confirmaron la posibilidad del llamado teletransporte cuántico. La noticia se publicó primero en la reunión anual de la American Physical Society celebrada en marzo de dicho año, y llevada poco después a los cánones de la ciencia por su publicación en el Physical Review Letters.
Finalmente en 1998, físicos de California Institute of Technology (Caltech) en colaboración con dos grupos de investigación europeos, consiguieron llevar a la práctica lo publicado en 1993, y teletransportaron un fotón. Sí, es poca cosa, pero por algo había que empezar. Tal y como Bennett publicaba, existe una condición indispensable para poder efectuar este teletransporte: Para obtener el fotón que queremos en el lugar de llegada, es imprescindible destruir aquel que teníamos en el lugar de partida. Y efectivamente esto se consiguió así. Un fotón llega al puerto de salida y es destruido para generar un impulso electromagnético (otro fotón) que conserva las características propias del primer fotón. Este impulso se propaga por un cable coaxial, y cuando alcanza el puerto de llegada, genera un fotón idéntico al original. Todo esto se consigue haciendo verdaderas piruetas que “sortean” en cierto modo el Principio de Indeterminación de Heisemberg. Pero eso es largo de contar.
Más tarde físicos de la National Australian University consiguieron teletransportar un haz de luz coherente (un láser). Ya se complica un poco más la cosa. Aunque dicho mal y pronto, es algo así como poner en fila los fotones para repetir el mismo proceso de antes.
Lo que de verdad sería de extrema complejidad es teletransportar por ejemplo algún ser vivo. Usemos, como en otras ocasiones, un pobre ratoncito. Sería necesario teletransportar uno a uno sus 10^26 átomos, y colocarlos de forma ordenada, tal y como estaban en el ratón original. Olvidémonos de la poca gracia que le hará al ratón el ser destruido en un sitio para después ser creado en otro. El problema más importante es tratar con suficiente rapidez esos 10^26 átomos. Estamos hablando de trillones de trillones de átomos. No sólo necesitamos un sistema de procesado superpotente, que teletransporte átomos (que ya es mucho más que fotones), sino también un medio de destruir el ratón inicial de una forma rápida, coherente, y que no afecte a su estructura conforme se realiza el proceso. Vamos, que de momento sólo cabe pensar en una carnicería. No hemos hecho más que empezar con este tipo de temas tan espectaculares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario