lunes, diciembre 12, 2005

El reloj atlántico

Parte suave y cálida, entre Cuba y La Florida, como un lengüetazo venido del Golfo de México. En su travesía al norte se aleja levemente de la costa de Estados Unidos para volver a acercarse ya más fría en Terranova, extremo este de Canadá. Alimenta una rotación de aguas frías entre Canadá y Groenlandia, y comienza su descenso hacia las costas occidentales de Irlanda. Pasa ventosa por Galicia y se aleja despacio de la Península Ibérica para rozar Canarias. Finalmente se curva en los llanos oceánicos de Cabo Verde, para poner rumbo de nuevo a las islas caribeñas. En su tramo ascendente tiene por nombre Corriente Labrador; bautizado así por su paso por tierras canadienses.
No se trata de una corriente de gran velocidad (un promedio de 35 kilómetros cada día), y tampoco de mucha profundidad. Pero sí es un firme flujo que mantiene en marcha la gigantesca maquinaria de vida de varias decenas de especies marinas en nuestro océano occidental. Los corales caribeños, con todo el ecosistema que albergan, absorben el impacto de sus aguas templadas desde Cabo Verde. En su extremo norte son las ballenas y los delfines dos ejemplos exponentes de los fenómenos migratorios que esta corriente sustenta.
¿Pero cómo puede este gigante mantenerse en marcha? Podemos señalar dos razones que mantienen esta enorme masa de agua en continua rotación.
La primera, muy evidente, la diferencia de temperaturas entre el Atlántico tropical y el Atlántico norte. Las leyes de la termodinámica y de la física de fluidos dictan que esa diferencia necesita ser compensada y buscar un equilibrio. Las aguas cálidas buscan mezclarse con las frías por la costa americana, mientras que las frías buscan a las cálidas bajando por el litoral afro-europeo. La compensación nunca resulta suficiente, porque el Sol mantiene cálidas las aguas del trópico, y su ausencia hace que predominen frías en latitudes del norte. Es pues, el Sol, el motor de esta turbina.
La segunda razón de esta rotación tiene que ver con la salinidad del océano. Las bajas temperaturas de los mares del norte llevan a la congelación de capas de agua cercanas a los continentes. En el proceso de congelación, el agua expulsa todas sus sales para dar cabida a la estructura cristalina del hielo. Esa sal expulsada queda en exceso en los mares del norte, haciendo que tengan más soluto que las aguas del trópico. La física estadística muestra como necesaria una compensación a esta diferencia de salinidades, forzando una vez más las corrientes ascendente y descendente.
La cara oscura de todo este asunto es que las corrientes de diferentes océanos (Labrador incluida) parecen estar ralentizándose. Y esto no es más que otro de los efectos del cambio climático, según las investigaciones del equipo de Harry Braden, en el Centro Nacional de Oceanografía de la Universidad de Southampton. Con sondas y boyas enormes se han echado a la mar para medir la velocidad de las corrientes y confirmar la tendencia que tienen a detenerse.
La primera causa es que el calentamiento generalizado reduce sensiblemente la diferencia de temperaturas entre las aguas del norte y del sur, haciendo menos necesaria una compensación. La segunda es que el deshielo hace que las aguas del norte estén menos salinizadas, haciendo de nuevo menos necesaria la compensación de solutos.
Es más o menos fácil especular con las consecuencias: Si las corrientes se paran, o incluso invierten su sentido, alterarán el orden ecológico de los océanos, así como la climatología de las regiones costeras cercanas a las mismas. Muchas especies necesitarán readaptarse o desaparecerán por su incapacidad de cumplir con los plazos migratorios que la naturaleza les impone. Este no es más que otro de los cientos de avisos que la Tierra nos deja, parece que todavía a tiempo de que tomemos medidas efectivas.

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