El emperador Kublai Khan gobernó en el siglo XIII el que probablemente fuera el imperio más grande que Asia ha conocido. Su dominio abarcaba desde Siberia a Taiwán, y desde el Cáucaso hasta Corea. Y cuenta la leyenda que Kublai Khan enviaba mensajeros y espías a todos los rincones de su imperio para estar informado de todo lo que pasaba. El problema era que estos mensajeros sufrían retrasos por guerras, clima u otros impedimentos. Y volvían trayendo noticias que correspondían a eventos de hacía semanas, meses o años según el caso. Entonces Kublai Khan tenía que recomponer todas esas informaciones, y ordenarlas en una sola historia que tuviera sentido. Así el emperador interpretaba y creaba su propia línea del tiempo.
Nuestro cerebro es igual que el emperador de esta historia. Como gobernante, el cerebro recibe informaciones de todos los rincones de nuestro cuerpo. Algunas provienen de nuestros sentidos, otras de nuestro sistema inmune, otras de los distintos procesos... Pero todas llegan desincronizadas. Entonces el cerebro se inventa una historia que haga que todas tengan sentido. La percepción del tiempo es precisamente esa historia que el cerebro inventa.
Podría parecer que la solución al problema sea asegurarse de que todas las informaciones llegan a manos del cuenta-tiempos (emperador, cerebro...) a la vez. Pero eso no ayudaría en nada. La pregunta de verdad importante es cómo podría el cuenta-tiempos estar seguro de que un evento en un lugar A ocurre a la vez que otro en un lugar B. Esto es lo que torturaba a Einstein en los años anteriores a sus publicaciones sobre relatividad. Si yo tengo en mis manos dos relojes perfectamente sincronizados, y pongo el primer reloj en un tren a Madrid y el segundo en un tren a París, y espero a que ambos lleguen a su destino, ¿cómo puedo estar seguro de que ambos dan las doce de la medianoche en el mismo instante? Compliquemos el problema. Tengo un colega en Madrid, y otro en París. Y reciben los relojes. Y ambos me llaman justo en el instante en el que sus relojes marcan las doce. Pero claro, la distancia desde donde yo estoy a Madrid y a París es diferente, así que la señal eléctrica de la llamada telefónica llega a donde yo estoy en momentos diferentes. ¿Cómo puedo saber que ambos llamaron en el mismo instante? El tema es puñetero, ¿eh?
Me pongo poético: considerad los cielos. Cada punto de luz que llega a nuestras retinas es una estrella, cúmulo o galaxia. Y cada punto está contando lo que pasó en ese lugar del Universo hace tanto tiempo como el tiempo que tardó la luz en llegar a nuestras retinas. Por tanto cada punto cuenta una historia y cada historia está a veces separada de todas las demás por miles de millones de años. Imaginaros la que tienen que liar los astrofísicos, no ya para saber lo que pasó en cada momento, sino para figurarse lo que debe estar pasando ahora mismo.
El problema de fondo es que Kublai Khan, cuando está en Mongolia, no tiene forma de estar en Shanghai. El cerebro no tiene forma de estar en el meñique. Y nuestras retinas no tienen forma de estar en Betelgeuse. Si Betelgeuse, por ejemplo, se ha convertido ya en una supernova, es algo que simplemente no tenemos forma de saber. ¡Terrible aislamiento este de los sentidos! Por eso no es ninguna tontería decir que el tiempo no es más que un cuento chino.
Y a pesar de todo jugamos al juego de la sincronización con cosas muy cotidianas. Los satélites que envían la señal del GPS van dotados de relojes atómicos que fueron sincronizados antes de ser lanzados al espacio. Y son mejores relojes que los que yo envié a Madrid y París, pero no están exentos de la paradoja de la sincronización. Así que los dispositivos GPS de nuestros coches no sólo tienen que torear mapas anticuados y señalizaciones erróneas, sino que además reciben una señal que nunca sabremos si está realmente afinada en el tiempo. Con todo, eso afecta muy poco a su precisión.
Lee Smolin, del Instituto Perimeter de Física Teórica, defiende que nos deberíamos deshacer de la idea de tiempo tal y como la entendemos hoy. El tiempo en la teoría general de la relatividad se entiende de forma diferente a como se ve en mecánica cuántica. Así que una de las dos nociones, o lo más probable, las dos, están mal. Y lo más mosqueante: ninguna de estas dos nociones se parece a la idea del tiempo que tiene una persona de la calle. Seguiremos contando lo que pasa... según nos vayamos enterando.
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