miércoles, diciembre 31, 2008

El cuenta-tiempos

El emperador Kublai Khan gobernó en el siglo XIII el que probablemente fuera el imperio más grande que Asia ha conocido. Su dominio abarcaba desde Siberia a Taiwán, y desde el Cáucaso hasta Corea. Y cuenta la leyenda que Kublai Khan enviaba mensajeros y espías a todos los rincones de su imperio para estar informado de todo lo que pasaba. El problema era que estos mensajeros sufrían retrasos por guerras, clima u otros impedimentos. Y volvían trayendo noticias que correspondían a eventos de hacía semanas, meses o años según el caso. Entonces Kublai Khan tenía que recomponer todas esas informaciones, y ordenarlas en una sola historia que tuviera sentido. Así el emperador interpretaba y creaba su propia línea del tiempo.
Nuestro cerebro es igual que el emperador de esta historia. Como gobernante, el cerebro recibe informaciones de todos los rincones de nuestro cuerpo. Algunas provienen de nuestros sentidos, otras de nuestro sistema inmune, otras de los distintos procesos... Pero todas llegan desincronizadas. Entonces el cerebro se inventa una historia que haga que todas tengan sentido. La percepción del tiempo es precisamente esa historia que el cerebro inventa.
Podría parecer que la solución al problema sea asegurarse de que todas las informaciones llegan a manos del cuenta-tiempos (emperador, cerebro...) a la vez. Pero eso no ayudaría en nada. La pregunta de verdad importante es cómo podría el cuenta-tiempos estar seguro de que un evento en un lugar A ocurre a la vez que otro en un lugar B. Esto es lo que torturaba a Einstein en los años anteriores a sus publicaciones sobre relatividad. Si yo tengo en mis manos dos relojes perfectamente sincronizados, y pongo el primer reloj en un tren a Madrid y el segundo en un tren a París, y espero a que ambos lleguen a su destino, ¿cómo puedo estar seguro de que ambos dan las doce de la medianoche en el mismo instante? Compliquemos el problema. Tengo un colega en Madrid, y otro en París. Y reciben los relojes. Y ambos me llaman justo en el instante en el que sus relojes marcan las doce. Pero claro, la distancia desde donde yo estoy a Madrid y a París es diferente, así que la señal eléctrica de la llamada telefónica llega a donde yo estoy en momentos diferentes. ¿Cómo puedo saber que ambos llamaron en el mismo instante? El tema es puñetero, ¿eh?
Me pongo poético: considerad los cielos. Cada punto de luz que llega a nuestras retinas es una estrella, cúmulo o galaxia. Y cada punto está contando lo que pasó en ese lugar del Universo hace tanto tiempo como el tiempo que tardó la luz en llegar a nuestras retinas. Por tanto cada punto cuenta una historia y cada historia está a veces separada de todas las demás por miles de millones de años. Imaginaros la que tienen que liar los astrofísicos, no ya para saber lo que pasó en cada momento, sino para figurarse lo que debe estar pasando ahora mismo.
El problema de fondo es que Kublai Khan, cuando está en Mongolia, no tiene forma de estar en Shanghai. El cerebro no tiene forma de estar en el meñique. Y nuestras retinas no tienen forma de estar en Betelgeuse. Si Betelgeuse, por ejemplo, se ha convertido ya en una supernova, es algo que simplemente no tenemos forma de saber. ¡Terrible aislamiento este de los sentidos! Por eso no es ninguna tontería decir que el tiempo no es más que un cuento chino.
Y a pesar de todo jugamos al juego de la sincronización con cosas muy cotidianas. Los satélites que envían la señal del GPS van dotados de relojes atómicos que fueron sincronizados antes de ser lanzados al espacio. Y son mejores relojes que los que yo envié a Madrid y París, pero no están exentos de la paradoja de la sincronización. Así que los dispositivos GPS de nuestros coches no sólo tienen que torear mapas anticuados y señalizaciones erróneas, sino que además reciben una señal que nunca sabremos si está realmente afinada en el tiempo. Con todo, eso afecta muy poco a su precisión.
Lee Smolin, del Instituto Perimeter de Física Teórica, defiende que nos deberíamos deshacer de la idea de tiempo tal y como la entendemos hoy. El tiempo en la teoría general de la relatividad se entiende de forma diferente a como se ve en mecánica cuántica. Así que una de las dos nociones, o lo más probable, las dos, están mal. Y lo más mosqueante: ninguna de estas dos nociones se parece a la idea del tiempo que tiene una persona de la calle. Seguiremos contando lo que pasa... según nos vayamos enterando.

lunes, diciembre 08, 2008

Romanos y SIDA

Es difícil seguir la pista del virus del SIDA antes de su descubrimiento. Pudo estar ahí pululando enmascarado durante décadas o incluso siglos. Como los síntomas son los propios de otras enfermedades, antes de 1980 nadie se planteaba que una muerte por ejemplo de pulmonía podía deberse a un retrovirus debilitando las defensas del organismo.
En los últimos años, hemos sido capaces de reconocer distintos subtipos de virus del SIDA, y eso nos ha puesto un poco más sobre la pista de cuántos años hace que anda por ahí. Las muestras más antiguas que contienen el virus fueron tomadas en 1959-60 en la República Democrática del Congo (ver Zhu, Nature, 1998).
Pero en la historia de cómo llegamos a contraer el VIH, además de intentar seguirle la pista al virus, sería bueno mirar a otro aspecto: de qué manera evolucionamos los humanos para hacernos vulnerables a él. En esta línea, la revista Infection, Genetics and Evolution publicaba el pasado mes de agosto un artículo sobre la influencia que pudo tener el Imperio Romano en la predisposición genética a contraer el virus (antes incluso de que el virus apareciera en escena).
La cosa fue así: Se ha descubierto que hay un gen, que codifica para una proteina receptora llamada CCR5-Delta32. De tal manera que aquellos que tienen dicho gen son menos vulnerables a contraer el VIH. Lo siguiente por supuesto era hacer un mapa de cuantos son los afortunados portadores de dicho gen. Los resultados de este mapa fueron los que pusieron a los investigadores sobre la pista del Imperio Romano.
Resulta que los países que fueron ocupados por Roma tienen el menor porcentaje de habitantes con el bendito gen, entre el 0% y el 6%. En las fronteras bárbaras y caucásicas el porcentaje mejora, entre el 8% y el 11.8%. Y más allá de la Pax Romana empiezan a aparecer los resultados más alentadores, por encima del 12%. Por poner un ejemplo concreto de cada 100 rusos, unos 15 tienen resistencia innata al VIH, mientras que de cada 100 españoles, sólo 3 la tienen. Así es la vida.
Pero la coincidencia del gen con el Imperio no es sólo espacial; también es temporal. Resulta que si miramos la frecuencia con la que se extendía el gen en la frontera del Imperio, dicha frecuencia va de la mano con la forma que tenía esa frontera desde el siglo IV a.C hasta el IV d.C.
Suponiendo que esta teoría supera el paso del tiempo, cabe preguntarse cómo pudieron los romanos reducir la población de portadores de CCR5-Delta32. Es poco creible que pudieran hacerlo a base de relaciones sexuales con los locales de cada región. Se sabe que el flujo genético entre ciudadanos romanos (que estaban por todo el imperio) y no romanos es bajo.
¿Entonces cómo? La teoría más aceptada de momento es que los romanos introdujeron en europa algún tipo de enfermedad especialmente fatal para los portadores del CCR5-Delta32. Tal vez con la intruducción de los gatos o los burros en Europa, tal vez de otra manera. Quedaría entonces demostrar que el CCR5-Delta32 es problemático para alguna de las enfermedades que hubo, a la vez que es una defensa frente al VIH.
Un amigo me proponía otra posibilidad: las fronteras del Imperio Romano coinciden bastante bien con las del llamado clima mediterráneo. Tal vez algún mosquito u otra especie no apta para climas demasiado fríos extendió la enfermedad que mató a los portadores del CCR5-Delta32 allá donde pudo. La verdad es que el tema está bastante abierto.