Quién nos iba a decir hace sólo diez años que hoy la mitad de los españoles andarían de aquí para allá con sus propios teléfonos, y que además serían como pequeños ordenadores capaces de manejar y compartir todo tipo de información. Ahora se nos echa encima… ¿cuál generación? La tercera o la cuarta, ya perdí la cuenta. Y en televisión vemos anuncios de gente peinándose antes de coger el teléfono. Cuesta imaginar qué vendrá después de la “telellamada”. Estos aparatitos se estropean al mismo ritmo que salen nuevos con más medios para organizar tu vida. Ahora se dice que no podemos vivir sin ellos, aunque siempre es bueno recordar que no nos iba mal antes de que llegaran. Pero por otro lado, ¿cuántas vidas han salvado ya los teléfonos móviles? ¿Y cuantas emergencias se atendieron a tiempo? Y sólo por la tranquilidad, ¿cuántos llamamos a Madrid el pasado 11 de Marzo para saber si los nuestros estaban bien?
La simple transmisión de voz en un entorno lleno de antenas receptoras, requiere un ancho de banda pequeño, y del mismo modo una potencia que no es excesiva. Pero conforme aumenta la calidad de los servicios de telefonía móvil, también aumenta el ancho de banda necesario para transmitir. Y más ancho de banda nos lleva a potencias de emisión que ya no son tan despreciables. ¿Son estas emisiones dañinas? ¿Qué sabemos a estas alturas? Vamos pues a tratar dos temas bien diferenciados: emisión de antenas y emisión de teléfonos móviles.
Las denuncias de asociaciones de vecinos y colegios por la cercanía de antenas de telefonía móvil, surgieron al poco de instalarlas. Un dato interesante es que ya no se oyen tan a menudo. En un espacio tan limitado, poco puedo explicarme, pero os dejo las ideas más importantes. En primer lugar, ¿se conoce cuál es la energía de emisión electromagnética necesaria para dañar células vivas? Sí, se conoce en general. ¿Y las antenas emiten por encima de esa energía? No, ni mucho menos. Además, las antenas son especialmente poco dañinas por que las ondas que emiten son evanescentes. Es decir, que pierden muy rápidamente potencia con la distancia. Pero dejando el argumento físico a un lado, hay algo mucho más contundente a favor de la inocuidad de las antenas: En un colegio se dan 4 casos de leucemia. Inmediatamente miran a los tejados para culpar a la antena del vecindario. Si eso fuera coherente, por culpa de la antena de mi barrio, habría más casos. Y lo mismo ocurriría junto a las antenas de todas nuestras ciudades. Y no sucede. Así, desde el punto de vista estadístico nos sobran razones para no culpar a las antenas de ningún problema de salud. Al menos de momento.
Los teléfonos móviles son otro cantar. Nunca antes en la historia habíamos estado con un emisor de potencia media tan pegado al cuerpo. Hay estudios que dicen que los móviles nos calientan el cerebro si los usamos mucho. De acuerdo, pero lo que no dicen algunos periodistas es que, por ejemplo, practicar ciertos deportes lo calientan todavía más. En cualquier caso el tema no está 100% claro. Yo como seguridad me busco por lo menos uno de esos enganches para llevarlo en la cintura. De nuevo, son ondas evanescentes, y la diferencia entre llevarlos en el bolsillo (a centímetros de los genitales) o en la cintura (a decímetros) puede ser significativa. Es justo admitir que necesitamos más tiempo para saber si de verdad nos hacen daño. Todo se andará.
Teléfono móvil
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