martes, mayo 24, 2005

Mar de luz

No se han navegado ya todos los mares, y no se conocen todos los vientos. La NASA empieza a publicar sus primeros éxitos en lo que a velas solares se refiere. Pero no velas como candiles, sino las de los navíos. Y navíos que tampoco son los del mar, sino que cruzan el océano estelar.
Me explicaré un poco mejor. Un nazareno pasea una tarde de Agosto por la tranquila Calle Real. En medio de la calma, el viandante se encuentra sometido a varias presiones exteriores. La más evidente es ese aire caluroso que a veces viene de abajo y a veces corre por las calles, golpeándole en la cara. Menos evidente es la presión atmosférica: una columna de aire que se eleva por encima de él, y que descansa sobre su cabeza y sus hombros. Pero la presión más insignificante, y no por ello inexistente, es aquella que le viene directamente del sol. Nuestro cuerpo no solo se calienta y se pone moreno, sino que es levemente empujado por cualquier fuente de luz a la que se interponga. En efecto, la luz tiene un comportamiento de partícula cuando colisiona con cualquier cuerpo. De modo que la luz literalmente desplaza el cuerpo con el que colisiona, como hace el viento con las velas de los barcos.
Este fenómeno, conocido en lo relativo a viajes espaciales como viento solar, es significativo según cada caso en particular. Una comparación tosca, pero aproximada, sería por ejemplo que la presión luminosa que puede ejercer el sol sobre mi brazo es 10000 veces menos intensa que la presión que puede ejercer una hoja cayendo de un árbol y rozándome.
Algo mucho más importante sucede con la estela de los cometas que se acercan al Sol. Sus partículas son tan pequeñas que el viento solar puede empujarlas fácilmente, y coloca la estela en dirección contraria al Sol, cuando el cometa está muy cerca, al contrario de lo que podría intuirse. El viento solar vence claramente a la gravedad ejercida por el sol, que no es decir poco. El cometa hace así las veces de veleta del viento solar.
Con todo este conjunto de evidencias, no podía tardar mucho en encenderse la bombilla de los soñadores de viajes espaciales a bajo combustible. La idea es clara: Lanzamos un módulo al espacio que tenga únicamente el combustible necesario para escapar de la atracción terrestre. Una vez allí arriba, desplegamos las velas, y a navegar.
La dificultad está, por tanto, en construir velas que pesen tan poco como para no tener problemas para ser empujadas de forma eficaz por el viento solar. La última prueba de la NASA se hizo con una vela que tenía un grosor 30 veces más fino que un cabello humano. Ya pueden imaginarse lo tremendamente delicado que es desplegar esa vela, y manipularla sin que se rompa. Además, se calcula que la vela debe tener un tamaño de entre 80 y 200 metros para que dé resultados aceptables. La tela, además de fina, es especular, es decir, como un espejo. En definitiva, se trata de llevar al espacio una enorme mantilla de papel de plata y utilizarla para propulsarnos. Los estudios más optimistas hablan de que puede acelerar una nave hasta los 64 kilómetros por segundo, lo cual no está nada mal.
Una última cuestión que dejo en el aire: ¿Cómo hacemos para volver a casa? En el espacio no funciona el rumbo de Ceñida, como en el agua. Pero ya se han inventado formas de servirnos de la vela para navegar contra el viento solar. Mejor que contarlas, las dejo en el aire para los que les gusta pensar en estas cosas.

1 comentario:

Miguel dijo...

Si que podemos controlar la direccion, al poner un espejo dependiendo de la orientacion los fotones del sol cambia de direccion a una distinta y el empuje es distinto, el problema es que el rango de direcciones que podemos tomar es solo en teoria de menos de 180 grados lo que siempre nos aleja de la fuente principal de luz