martes, mayo 30, 2006
Gen apellido
En un proyecto interdisciplinar, científicos del Departamento de Genética de la Universidad de Leicester e historiadores de la Universidad de Essex han estudiado el cromosoma Y para buscar vínculos con el apellido de dos maneras diferentes. En su primer trabajo tomaron 150 pares de hombres que compartían el apellido (cada par un apellido común, claro está). Los resultados mostraron que la cuarta parte de esos pares tenían una clara vinculación genética en el cromosoma Y.
Esto podría servirnos para vincular los apellidos en un árbol genealógico a gran escala, o a la policía para vincular apellidos con la escena del crimen. Sólo en Reino Unido estimaron que podría ayudar a resolver unos 70 casos de violaciones y asesinatos al año. Pero la realidad pone las cosas mucho más difíciles. En primer lugar hay apellidos que son iniciados por distintas personas y en distintas épocas. Luego hay cosas más cotidianas como las adopciones, los cambios de nombre en el registro y los hijos ilegítimos. Las mutaciones en el código genético también crean algunos problemas.
Un segundo estudio muestra que al menos alguna cosa podremos sacar en claro. Tomaron pares de hombres al azar, de tal manera que algunos de ellos coincidían en el apellido, mientras que otros no. La cantidad de coincidencias en el cromosoma Y era más que evidente para los pares que compartían apellido, mientras que los que tenían apellidos diferentes rara vez compartían similitudes. Resultó además que las cosas no son iguales para todos los apellidos. Por ejemplo, apellidos como Taylor, Smith o Jones (que son muy comunes en el mundo sajón) tenían pocas similitudes en el cromosoma Y, mientras que otros como Attenborough, Widdowson o Grewcock (menos comunes) tenían similitudes muy claras. La razón salta a la vista: hay demasiados García o López como para que provengan de una raíz común (un padre común). Los apellidos que más escasean en las guías telefónicas son, sin embargo, los que más probabilidad tienen de conservar un antepasado común.
Los datos revelaron además que aquellos apellidos con cromosomas vinculados llegan a confirmar antepasados comunes hasta 20 generaciones atrás (sobre el siglo XIV), que es además cuando los apellidos empezaron a generalizarse como parte de la identidad básica de un individuo. Recordemos que hasta entonces el equivalente al apellido podía ser el nombre del padre (como todavía se hace hoy en Europa del Este), el nombre de la ciudad de origen o bien el nombre del señor o hacendado de las tierras que cada uno trabajaba. Por lo tanto, esta es también una oportunidad para atravesar la hasta ahora imposible barrera del medievo, y llegar a quién sabe cuándo para identificar a nuestros antepasados más remotos.
martes, mayo 23, 2006
Temblores e impactos lunares
Pero ya hemos estado en la Luna con anterioridad. ¿Qué hicieron los astronautas de las misiones Apolo con respecto al tema de los meteoritos? Pues prácticamente nada. Si su módulo hubiere sufrido el impacto de algún objeto mientras se encontraban en la superficie de la Luna, la misión podría haberse complicado en función de la gravedad de los daños. En otras palabras, simplemente asumieron el riesgo. Pero hay que tener en cuenta que el riesgo tampoco era demasiado elevado. En primer lugar, el número de impactos por unidad de superficie es muy bajo, con lo que es difícil sufrir uno. Pero más importante es que si sumáramos el tiempo que todas las misiones de los Apolo pasaron en la Luna, no llegan a las dos semanas. Es un tiempo lo suficientemente corto como para no preocuparse.
Muy distinto será ahora que queremos quedarnos allí por largos periodos de tiempo. No hay edificación lunar que sea capaz de soportar las velocidades de impacto de algunos de esos meteoritos. Incluso si fueran pequeños, podrían atravesar casi cualquier estructura. Por ello es de vital importancia saber cuántos meteoritos golpean la Luna por unidad de tiempo; y ya que estamos, dónde.
Hasta las misiones Apolo únicamente contábamos con el llamado “Modelo Estándar de Meteoritos”. La idea es muy sencilla: si los meteoritos son objetos que van disparados de forma errática en todas las direcciones del espacio, podemos suponer que impactan los mismos (por unidad de superficie) en la Tierra que en la Luna. Cuando se hace una suposición de este calibre, se puede uno equivocar por mucho. Pero puede que el modelo se ajuste a la realidad. Para averiguarlo se hace un recuento de todas las estrellas fugaces que se ven en el cielo por las noches (que son meteoritos desintegrándose en nuestra atmósfera), y se suman los impactos de meteorito que hemos localizado en la Tierra. Se divide el total por el tamaño de la superficie terrestre, y luego se vuelve a dividir por el tiempo en el que hemos estado contando meteoritos. El resultado nos da el número de meteoritos por unidad de superficie y tiempo (¡claro!).
Para saber si la Luna sufre el mismo número de impactos, podríamos contar los cráteres. Pero nos falta el dato de cuánto tiempo ha sido necesario para formarlos. Así que hábilmente, las misiones Apolo tuvieron la previsión de colocar varios sismógrafos en la Luna que registraron durante casi 8 años todos los temblores de su superficie enviando datos a la Tierra para su posterior estudio. De los 12000 temblores que se registraron aproximadamente, se sabe que 3000 fueron terremotos lunares y 1700 fueron impactos de meteorito. Hay que añadir 6 impactos de astronaves que estrellaron adrede. El resto de los impactos no se sabe de qué son. Se sospecha que la mayoría son de meteoritos. Para saber más, están comparando la forma de la señal que dibujaba el bolígrafo del sismógrafo cuando el impacto era conocido con aquellas en las que el impacto es desconocido. Este estudio puede sacar a la luz incluso impactos de objetos tan pequeños como la palma de la mano y de menos de 1kg de peso. Con la segunda oleada de visitas a la Luna, se colocarán sismógrafos mucho mejores, y los datos tendrán mucha más calidad a la hora de determinar lo peligrosa que es la lluvia de piedras sobre la superficie lunar.
Fuente: Ciencia@NASA
lunes, mayo 15, 2006
El estornino indirecto
En la búsqueda de qué cualidades esenciales nos diferencian de los animales no hacemos más que ir quitando posibilidades de la lista. Por supuesto, es necesario que un animal demuestre tal o tal cualidad para que ya no la podamos usar como atributo exclusivo de los humanos. Y semejante demostración es a veces difícil.
El equipo de Timothy Q. Gentner en la Universidad de California, cuenta cómo hace sólo cincuenta años era casi herético hablar de cognición en los animales. Sin embargo hoy en día, según reconocen, sabemos que son muchas las especies en el reino animal que viven según parámetros mentales muy intensos. Una de las últimas muestras de esto fue publicada por el equipo de Gentner el pasado mes de abril. Vamos por partes.
Existe una abstracción gramatical básica en el lenguaje de los humanos llamada estilo indirecto anidado recursivo. Ese nombre tan feo responde a un procedimiento muy sencillo: se trata de ir añadiendo proposiciones de estilo indirecto en el interior de una oración simple. Por ejemplo, “Antonio se comió la tarta”, “Antonio, cuyo padre vende trufas, se comió la tarta”, “Antonio, cuyo padre vende trufas, y a quien vi horneando magdalenas, se comió la tarta”... Y así podemos seguir la construcción gramatical anidada entre “Antonio” y “se comió la tarta” hasta un infinito empache de dulces.
Pues bien, el animal que ha demostrado hacer suya esta cualidad gramatical ha sido el esquivo estornino. Este pájaro ya era conocido por su virtuosismo musical y por sus artes de imitador. Ahora también sabemos que es capaz de asimilar construcciones gramaticales sencillas, pero que hasta ahora se creían únicas de los humanos.
Para la experiencia se tomó un estornino macho. Los amantes de las aves seguro saben distinguir y describir con exquisito rigor el canto de un estornino. Yo no seré tan fino, pero me atrevería a catalogar dos sonidos muy característicos de su canto. El primero es un silbido largo y generalmente en tonalidad descendente. El segundo es un sonido mucho más consonante que puedo imitar de un modo lamentable cuando elevo mi labio inferior para pegarlo a los incisivos superiores mientras absorbo aire por la boca. Los investigadores grabaron ocho sonidos del primer tipo, y ocho del segundo. A partir de estas grabaciones, construyeron dos tipos de “oraciones gramaticales del estornino”. Las primeras tenían un sonido de un tipo anidado en el interior de un sonido del otro tipo (por ejemplo, silbido-fricativo-silbido). Las segundas tenían un sonido al principio y otro al final (por ejemplo, silbido-fricativo). Para el primer tipo simplemente se iban añadiendo sonidos anidados en el interior de la “frase” (como en el ejemplo de Antonio y el pastel), mientras que para el segundo tipo se añadían nuevos sonidos al principio o al final de la “frase”.
Entonces se enseñó a once estorninos adultos a distinguir entre ambos tipos. Este fue un proceso largo y bastante tedioso que duró varios meses y varias decenas de miles de intentos. Enseñaban a los estorninos dándoles comida si picaban en un botón cuando la “frase” era anidada, o si picaban en otro botón diferente cuando la “frase” no era anidada. Si daban en el botón equivocado no recibían su ración.
Para asegurarse de que no se trataba simplemente de que se habían aprendido de memoria las “frases”, crearon nuevas “frases” anidadas y no anidadas. Nueve de los once estorninos aprendieron con éxito la abstracción de una frase anidada (como las del estilo indirecto), frente a una no anidada. Alargando las frases tuvieron igualmente éxito; los estorninos habían asimilado la idea, por encima del mensaje y su longitud.
Gentner recuerda en el estudio de su equipo que el lenguaje humano es rico en cualidades de abstracción que hasta ahora se consideran lejanas en otras formas de comunicación (como la animal), pero que puede ser cuestión de tiempo de muchas de ellas caigan, una tras otra, de su exclusividad.
lunes, mayo 01, 2006
Sentencia en clave
Pero hay otro logro del señor Brown que ha sido clave para la historia que les cuento a continuación: una legión de apasionados por su literatura que se pasean por el mundo mirando con lupa allí donde creen que puede haber algo oculto, un código, una mueca en la cara de Jacobo, hijo de Alfeo, antes de llevarse a la boca el pan en el cuadro de “La Última Cena”. Y cómo no, a manos de algunos de estos señores llegó la sentencia del juicio de plagio contra Dan Brown.
Hasta aquí todo bien, pero ya en la página cinco del auto (la primera después del índice) nos ponemos a leer y encontramos la palabra “claimants” (demandantes) con la “s” escrita en cursiva. Bueno, incluso los jueces pueden equivocarse (lo sabemos bien), si no fuera porque seguimos leyendo y vuelve a aparecer otra vez “claimants” pero esta vez con la “m” en cursiva. Una cursiva en medio de una palabra ya es algo más raro. Inmediatamente se despierta el instinto arácnido de todo criptógrafo que se precie, y se sigue leyendo en busca de más letras en cursiva. En efecto, encontramos “is that” con la “i” y la “t” en cursiva. Luego “his” con la “h” y finalmente “reality” con la “y”. Si las juntamos todas nos sale la palabra “smithy”. Más adelante aparecen las letras “c”, “o”, “d” y “e”. El juez que escribió el documento se apellida Smith, pero parece que él también es un apasionado de la criptografía, así que decidió incluir en la sentencia su particular Código Smithy.
Una vez que el magistrado fue reconocido por todos y elevado a los altares del excentricismo, ya sólo quedaba seguir leyendo su documento en busca de más aventuras. Hasta aquí las cursivas formaban un mensaje fácil de leer, pero si seguimos anotando cursivas que aparecen esporádicamente, obtenemos lo siguiente: JAEIEXTOSTGPSACGREAMQWFKADPMQZVZ. Cuando el periódico The Guardian entrevistó al juez sobre el incoherente texto su repuesta fue “Bueno, no parecen erratas, ¿no?”. Por lo tanto no era descabellado pensar que se trataba de un criptograma.
Tras múltiples intentos de romperlo, fue el propio Juez Smith el que acabó por dar la pista definitiva para descifrarlo. Mencionó la página 238 de la versión inglesa del Código Da Vinci, donde se habla de la serie de Fibonacci. Esta sencilla serie se caracteriza por que cada número es la suma de los dos anteriores: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13,...
Se trataba por tanto de crear alfabetos que comenzaran con la letra que corresponde al número de Fibonacci que vaya tocando. Por ejemplo, supongamos que queremos saber qué letra se esconde detrás de la cuarta letra del texto cifrado (que es una “I”). Bien, pues la cuarta posición de la serie de Fibonacci la ocupa el número 3. Por lo tanto, hay que desplazar el alfabeto a la tercera posición (es decir, comenzando por la C), de tal manera que en lugar de ser ABCDE...WXYZ, ahora sería CDEF...XYZAB. Por último se mira qué nueva letra ha ocupado la posición que antes ocupaba la “I” (la novena posición en el alfabeto). Esa posición ahora la ocupa la letra “K”. Pues bien, esa es la letra ya descodificada. ¡Tachán! Y así con todas las demás.
Sólo queda contar que hay una letra trampa que no sale como debía; una pequeña vuelta de tuerca más. El caso es que al final tenemos el mensaje "Jackie Fisher, who are you? Dreadnought" con la coma y la interrogación incluidas por pura coherencia. El mensaje hace alusión a cierto almirante de la Armada Británica que participó a principios del siglo XX en el diseño y desarrollo de un tipo de acorazado llamado Dreadnought, que a su vez proviene de la expresión “dread nought” (no temas a nadie). El Juez Smith simplemente aprovechó su sentencia sobre el Código Da Vinci para hacer un guiño de admiración al antes mencionado militar. Y ya de paso, aprovechando el impacto mediático de su juicio, divertir un poco a los criptoanalistas de medio mundo.