En la búsqueda de qué cualidades esenciales nos diferencian de los animales no hacemos más que ir quitando posibilidades de la lista. Por supuesto, es necesario que un animal demuestre tal o tal cualidad para que ya no la podamos usar como atributo exclusivo de los humanos. Y semejante demostración es a veces difícil.
El equipo de Timothy Q. Gentner en la Universidad de California, cuenta cómo hace sólo cincuenta años era casi herético hablar de cognición en los animales. Sin embargo hoy en día, según reconocen, sabemos que son muchas las especies en el reino animal que viven según parámetros mentales muy intensos. Una de las últimas muestras de esto fue publicada por el equipo de Gentner el pasado mes de abril. Vamos por partes.
Existe una abstracción gramatical básica en el lenguaje de los humanos llamada estilo indirecto anidado recursivo. Ese nombre tan feo responde a un procedimiento muy sencillo: se trata de ir añadiendo proposiciones de estilo indirecto en el interior de una oración simple. Por ejemplo, “Antonio se comió la tarta”, “Antonio, cuyo padre vende trufas, se comió la tarta”, “Antonio, cuyo padre vende trufas, y a quien vi horneando magdalenas, se comió la tarta”... Y así podemos seguir la construcción gramatical anidada entre “Antonio” y “se comió la tarta” hasta un infinito empache de dulces.
Pues bien, el animal que ha demostrado hacer suya esta cualidad gramatical ha sido el esquivo estornino. Este pájaro ya era conocido por su virtuosismo musical y por sus artes de imitador. Ahora también sabemos que es capaz de asimilar construcciones gramaticales sencillas, pero que hasta ahora se creían únicas de los humanos.
Para la experiencia se tomó un estornino macho. Los amantes de las aves seguro saben distinguir y describir con exquisito rigor el canto de un estornino. Yo no seré tan fino, pero me atrevería a catalogar dos sonidos muy característicos de su canto. El primero es un silbido largo y generalmente en tonalidad descendente. El segundo es un sonido mucho más consonante que puedo imitar de un modo lamentable cuando elevo mi labio inferior para pegarlo a los incisivos superiores mientras absorbo aire por la boca. Los investigadores grabaron ocho sonidos del primer tipo, y ocho del segundo. A partir de estas grabaciones, construyeron dos tipos de “oraciones gramaticales del estornino”. Las primeras tenían un sonido de un tipo anidado en el interior de un sonido del otro tipo (por ejemplo, silbido-fricativo-silbido). Las segundas tenían un sonido al principio y otro al final (por ejemplo, silbido-fricativo). Para el primer tipo simplemente se iban añadiendo sonidos anidados en el interior de la “frase” (como en el ejemplo de Antonio y el pastel), mientras que para el segundo tipo se añadían nuevos sonidos al principio o al final de la “frase”.
Entonces se enseñó a once estorninos adultos a distinguir entre ambos tipos. Este fue un proceso largo y bastante tedioso que duró varios meses y varias decenas de miles de intentos. Enseñaban a los estorninos dándoles comida si picaban en un botón cuando la “frase” era anidada, o si picaban en otro botón diferente cuando la “frase” no era anidada. Si daban en el botón equivocado no recibían su ración.
Para asegurarse de que no se trataba simplemente de que se habían aprendido de memoria las “frases”, crearon nuevas “frases” anidadas y no anidadas. Nueve de los once estorninos aprendieron con éxito la abstracción de una frase anidada (como las del estilo indirecto), frente a una no anidada. Alargando las frases tuvieron igualmente éxito; los estorninos habían asimilado la idea, por encima del mensaje y su longitud.
Gentner recuerda en el estudio de su equipo que el lenguaje humano es rico en cualidades de abstracción que hasta ahora se consideran lejanas en otras formas de comunicación (como la animal), pero que puede ser cuestión de tiempo de muchas de ellas caigan, una tras otra, de su exclusividad.
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