Existe una oportuna coincidencia entre la determinación genética del sexo y el medio de transmisión del apellido. Por un lado resulta que el cromosoma Y, que es el que fija como masculino el sexo del nuevo embrión, es contribución genética exclusiva del hombre y no de la mujer. Por otro tenemos un predominio histórico de sociedades patriarcales en las que es el apellido del padre el que se suele transmitir de generación en generación. Si un padre transmite a su hijo varón tanto su cromosoma como su apellido, ¿cabe pensar que con el paso de las generaciones habrá una vinculación entre ambos? Si fueran las madres las que transmitieran el apellido, este estudio no sería posible.
En un proyecto interdisciplinar, científicos del Departamento de Genética de la Universidad de Leicester e historiadores de la Universidad de Essex han estudiado el cromosoma Y para buscar vínculos con el apellido de dos maneras diferentes. En su primer trabajo tomaron 150 pares de hombres que compartían el apellido (cada par un apellido común, claro está). Los resultados mostraron que la cuarta parte de esos pares tenían una clara vinculación genética en el cromosoma Y.
Esto podría servirnos para vincular los apellidos en un árbol genealógico a gran escala, o a la policía para vincular apellidos con la escena del crimen. Sólo en Reino Unido estimaron que podría ayudar a resolver unos 70 casos de violaciones y asesinatos al año. Pero la realidad pone las cosas mucho más difíciles. En primer lugar hay apellidos que son iniciados por distintas personas y en distintas épocas. Luego hay cosas más cotidianas como las adopciones, los cambios de nombre en el registro y los hijos ilegítimos. Las mutaciones en el código genético también crean algunos problemas.
Un segundo estudio muestra que al menos alguna cosa podremos sacar en claro. Tomaron pares de hombres al azar, de tal manera que algunos de ellos coincidían en el apellido, mientras que otros no. La cantidad de coincidencias en el cromosoma Y era más que evidente para los pares que compartían apellido, mientras que los que tenían apellidos diferentes rara vez compartían similitudes. Resultó además que las cosas no son iguales para todos los apellidos. Por ejemplo, apellidos como Taylor, Smith o Jones (que son muy comunes en el mundo sajón) tenían pocas similitudes en el cromosoma Y, mientras que otros como Attenborough, Widdowson o Grewcock (menos comunes) tenían similitudes muy claras. La razón salta a la vista: hay demasiados García o López como para que provengan de una raíz común (un padre común). Los apellidos que más escasean en las guías telefónicas son, sin embargo, los que más probabilidad tienen de conservar un antepasado común.
Los datos revelaron además que aquellos apellidos con cromosomas vinculados llegan a confirmar antepasados comunes hasta 20 generaciones atrás (sobre el siglo XIV), que es además cuando los apellidos empezaron a generalizarse como parte de la identidad básica de un individuo. Recordemos que hasta entonces el equivalente al apellido podía ser el nombre del padre (como todavía se hace hoy en Europa del Este), el nombre de la ciudad de origen o bien el nombre del señor o hacendado de las tierras que cada uno trabajaba. Por lo tanto, esta es también una oportunidad para atravesar la hasta ahora imposible barrera del medievo, y llegar a quién sabe cuándo para identificar a nuestros antepasados más remotos.
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