Un hombre está caminando. Salvo una alternancia de músculos en brazos y piernas, y el siempre inquieto movimiento ocular, se puede decir que está relajado. Pero todos sus sentidos están alerta. Como puntos de luz, los impulsos nerviosos parten del tronco y las extremidades para arremolinarse en su columna vertebral. Suben por ella como un chorro violento de paquetes de información. Se tumba y cierra los ojos. Su actividad es todavía intensa, la sensación del lecho y el calor se hacen predominantes. Los músculos se relajan y cesa el tráfico neuronal motriz. Poco a poco se apaga el sistema. Las señales que parten hacia el cerebro se distinguen en su ascensión por las vértebras como las luces de un tren que atraviesa un largo puente. De una en una…El hombre está durmiendo.
Según pensaba Nietzsche, los hombres de la antigüedad creían estar descubriendo un mundo alternativo cuando soñaban dormidos. Sobre esta tesis, decía que se fundaban los orígenes de la metafísica, y creencias sobre la separación de cuerpo y alma de los primeros filósofos. Separarse del cuerpo para dar un paseo por el cosmos; sin duda es lo más parecido a lo que todos consideraríamos un sueño.
A día de hoy se han hecho innumerables estudios sobre las razones y las formas de los sueños. Parece en principio que el cerebro aparta ese tiempo del día para “reordenarse”, de tal manera que pueda dedicarse a tareas de respuesta inmediata cuando estamos despiertos. El sueño se puede entender por tanto como una digestión eléctrica que pone a punto nuestro órgano central. Los estudios sobre el sueño se han centrado principalmente en dos áreas: la estimulación fisiológica de conexiones neuronales y la necesidad psicológica de una reorganización de ideas.
La primera rama se basa en la idea de que los sueños nos permiten ejercitar determinadas conexiones neuronales que tendrán después relación directa con ciertos tipos de aprendizaje. Coloquialmente hablando es comprobar que los cables funcionan para cuando haga falta usarlos. La segunda rama es la más conocida por el público en general. Se centra en la capacidad que desarrollamos para dar estructura de uso a nuestras ideas durante el sueño, pero sobre todo, para desechar aquello que no necesitamos. La estructura de uso consiste simplemente en un fácil acceso a la información para cuando haga falta en el periodo de estar despierto. Por eso nos sabemos mejor la lección si hemos dormido lo suficiente, y tocamos mejor un instrumento musical si dejamos que una buena cabezadita nos refuerce la llamada memoria muscular.
La primera teoría del sueño desarrollada en profundidad fue la de Sigmund Freud. El centro de su argumento es que los sueños son el lugar perfecto para liberar los deseos reprimidos en la vida real. A Freud le tocó vivir en la época victoriana, lo que explica en parte que su enfoque sobre la represión se centrara en el sexo. Su asociación directa de situaciones y objetos con el sexo en todas sus vertientes es lo que más se ha difundido en la cultura general.
En 1973, Hobson y McCarley dieron una nueva interpretación a lo que ocurría en nuestro cerebro. Impulsos eléctricos aleatorios desembocaban en nuestra memoria dando así lectura mental a trozos de experiencias pasadas. Esto por sí mismo no generaba las historias, sino que la parte activa de nuestro cerebro, en un esfuerzo por dar sentido a estos pedacitos de realidad sensitiva recordada, compone las historias que en último término nosotros reconocemos como sueño. El cerebro quiere, por tanto, dar sentido a todas las sensaciones que le llegan, ya sean de fuera o de dentro.
Digestión de neuronas
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