Independientemente de si podemos llegar al fondo de la cuestión o no, es fácil ver que el sentimiento de amor romántico es un motor primitivo y universal del ser humano que nos impulsa a la vez que cambia nuestra visión de ciertas cosas. Sin este sentimiento, nuestro mundo sería completamente diferente, sin excepción de cultura y costumbres. Los fenómenos electroquímicos que sufre nuestro cerebro en este periodo se ajustan a una serie de finalidades de tipo evolutivas, siendo la principal de ellas la conservación de nuestra especie. Esta dinámica cerebral vuelve a reestructurarse cuando tenemos hijos, y nos vemos impulsados a mantenerlos junto a nosotros hasta que crezcan y se valgan por sí mismos en este mundo para, en última instancia, volver a repetir todo el ciclo.
El factor más evidente que nos mueve a fijarnos en alguien es su apariencia. Hay estudios de todo tipo mostrando que tenemos una inclinación clara a vernos atraídos por aquellas personas que se parecen a nuestros padres. También se ha demostrado como habitual que nos gusten las personas que se parecen a nosotros mismos. El psicólogo David Perrett fotografiaba a sus pacientes en un estudio, luego alteraba la foto para que pareciera la misma persona pero cambiada de sexo. Al mostrar la foto alterada entre otras más, el paciente con frecuencia se elegía a sí mismo como la persona que más le atraía físicamente. Ni siquiera se daban cuenta de que se trataba de ellos mismos.
Una característica sexual secundaria no química, es la personalidad de la persona que nos atrae. Nos referimos también con esto a sus gustos, su sentido del humor y cosas por el estilo. De nuevo la marca que dejan nuestros padres es evidente. Buscamos personas que tengan dejes y maneras de ser que hemos visto en casa desde que éramos pequeños.
Pero sin duda la característica sexual más conocida son las feromonas. Etimológicamente la palabra significa “el que lleva la excitación/agitación”. No se ha podido determinar el peso específico que tiene esta sustancia, pero conocemos bien como funciona. Se encuentran principalmente en la orina o el sudor, y son inodoras. Para detectarlas nuestra nariz dispone del órgano vomeronasal, que algunos identificarían con un sexto sentido. A partir de esta percepción, el cerebro puede discernir si la persona que tenemos delante tiene un sistema inmunológico parecido o distinto al nuestro. Cuanto más diferentes sean los sistemas inmunológicos de las dos personas, mayor será la atracción. De esta manera la recombinación de genes es mucho más rica, y se aumentan las probabilidades de tener un vástago más sano.
El Ministerio de Agricultura norteamericano ha llegado a afirmar que los efectos de los llamados alimentos afrodisíacos están basados en tradición popular y no en hechos. Sin embargo el peso de esta creencia hace que todavía queden cosas por comprobar en este sentido. La revista Discovery Health lista entre los afrodisíacos más populares a los espárragos (por su vitamina E), los pimientos rojos (por las endorfinas), el chocolate (por la feniletilamina que también segrega nuestro cuerpo cuando estamos enamorados) o las ostras (por su alto contenido en Zinc) entre otros. El efecto placebo, y el deseo a priori de tomar estos alimentos con la intención de gustar a alguien distorsionan la medida y todavía dejan temas por aclarar.
Gracias a las imágenes obtenidas por resonancia magnética funcional hemos podido aprender mucho del recorrido de diferentes hormonas en nuestro cerebro, desde el estrógeno y la testosterona en nuestra pubertad, hasta las oxitocinas y endorfinas más propias de una relación estable. Que por todo esto el amor sea sólo cuestión de química es algo que queda de momento abierto a la opinión de cada uno. Esta visión sería tan extrema como aquella que no reconoce efecto hormonal alguno en el proceso. El que lee, entienda.
La química del amor
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